Además, su autora asegura que favorece el desarrollo cognitivo y motor de discapacitados intelectuales y personas ciegas.
El procedimiento comprende una serie de ejercicios rítmicos cuya complejidad va aumentando conforme los pacientes los van superando. Cada ejercicio les exige activar una serie de funciones motoras, sensoriales, cognitivas y procesos emocionales, y superar cada uno de ellos supone un avance cualitativo importante en su control del movimiento.
En el caso de los pacientes de Parkinson, el punto de partida de la investigación procede de las propias personas afectadas, que se dan cuenta que determinada música favorece su movimiento. "El objetivo es que los pacientes generen esa música en su interior y la integren en su vida cotidiana", explicó. Estas melodías
seleccionadas, que según Tubía pertenecen a todo tipo de géneros, les aportan orden, cadencia, armonía, mesura y amplitud a sus movimientos, elementos que les resulta muy difícil obtener sin la ayuda externa.
La elección de las sinfonías no ha sido aleatoria sino que ha exigido "muchísimas pruebas" en los 18 años que han pasado desde que se comenzó a investigar su influencia en las patologías. "La música facilita el movimiento y tiene que tener inducción psicomotora, ritmo marcado, melodía bonita, calidad de la composición, de la interpretación... todo es importante".
Trato personalizado Según explicó Tubía, este método debe ser personalizado para cada paciente porque no se persigue el mismo objetivo en unos casos y en otros. Mientras que en el Parkinson se intenta mejorar el control de los movimientos, en los que sufren daño cerebral sobrevenido se aspira a recuperar las secuelas que les han quedado. "Buscamos activar neuronas nuevas que favorezcan la rehabilitación", señaló. No fue hasta finales de los años 80 cuando se reconoció que el cerebro podía reorganizar sus funciones, una actuación que no es espontánea y que exige actividad. "Intentamos lograr, que a través de neuronas sanas se recupere la función del cerebro aunque haya pasado más de un año desde que se produjo el accidente", apuntó. Las diferencias entre unos y otro casos van más haya de los propios objetivos de este método músico-terapeútico, ya que están condicionados por la medicación que se les administra a los afectados. En concreto, los enfermos de párkinson reciben tratamiento farmacológico, al contrario que sucede con los que padecen daño cerebral.
El trabajo llevado a cabo durante estos años por Tubía ha sido con pacientes crónicos que tenían secuelas establecidas desde hace siete años. La duración de la terapia, al igual que su éxito, varía dependiendo de la gravedad de los casos. "Puede llevar desde seis meses en los más leves hasta los tres años", comentó.
En el caso de los pacientes de Parkinson, el punto de partida de la investigación procede de las propias personas afectadas, que se dan cuenta que determinada música favorece su movimiento. "El objetivo es que los pacientes generen esa música en su interior y la integren en su vida cotidiana", explicó. Estas melodías
seleccionadas, que según Tubía pertenecen a todo tipo de géneros, les aportan orden, cadencia, armonía, mesura y amplitud a sus movimientos, elementos que les resulta muy difícil obtener sin la ayuda externa.
La elección de las sinfonías no ha sido aleatoria sino que ha exigido "muchísimas pruebas" en los 18 años que han pasado desde que se comenzó a investigar su influencia en las patologías. "La música facilita el movimiento y tiene que tener inducción psicomotora, ritmo marcado, melodía bonita, calidad de la composición, de la interpretación... todo es importante".
Trato personalizado Según explicó Tubía, este método debe ser personalizado para cada paciente porque no se persigue el mismo objetivo en unos casos y en otros. Mientras que en el Parkinson se intenta mejorar el control de los movimientos, en los que sufren daño cerebral sobrevenido se aspira a recuperar las secuelas que les han quedado. "Buscamos activar neuronas nuevas que favorezcan la rehabilitación", señaló. No fue hasta finales de los años 80 cuando se reconoció que el cerebro podía reorganizar sus funciones, una actuación que no es espontánea y que exige actividad. "Intentamos lograr, que a través de neuronas sanas se recupere la función del cerebro aunque haya pasado más de un año desde que se produjo el accidente", apuntó. Las diferencias entre unos y otro casos van más haya de los propios objetivos de este método músico-terapeútico, ya que están condicionados por la medicación que se les administra a los afectados. En concreto, los enfermos de párkinson reciben tratamiento farmacológico, al contrario que sucede con los que padecen daño cerebral.
El trabajo llevado a cabo durante estos años por Tubía ha sido con pacientes crónicos que tenían secuelas establecidas desde hace siete años. La duración de la terapia, al igual que su éxito, varía dependiendo de la gravedad de los casos. "Puede llevar desde seis meses en los más leves hasta los tres años", comentó.
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