martes, 14 de junio de 2016

“El tratamiento para el párkinson ha dejado de ser destructivo”

Entrevista Alan-Louis Benabid, ganador del premio Inventor Europeo 2016

“El tratamiento para el párkinson ha dejado de ser destructivo”

El neurocirujano francés descubrió un sistema basado en impulsos eléctricos que elimina los temblores asociados a esta enfermedad. 

o descubrió casi por azar. Era 1987 cuando el neurocirujano francés Alim-Louis Benabid (Grenoble, 1942) estaba en el hospital universitario de Grenoble realizando una operación en el cerebro de un paciente con párkinson. El hombre no dejaba de temblar. "Estaba tratando de solucionar una pequeña coagulación en el tálamo y no quería provocarle una lesión en la zona, así que decidí aplicarle un pequeño estímulo eléctrico a muy baja frecuencia", cuenta. El resultado de esta corriente iba a ser decisivo. Si el paciente experimentaba una contracción había que parar: "Es una zona tan delicada que puedes ocasionar una parálisis grave o dejar al paciente con calambre". Pero no hubo contracción, ni parálisis, ni calambres: "Solo, de repente, el paciente dejó de temblar". "Wow".

A partir de ese momento, hizo el mismo proceso con otros cuatro pacientes: primero, aplicaba una frecuencia de 50 hercios y después lo aumentaba a 100 o 130, que era cuando el temblor desaparecía por completo. Aun así, Benabid no estaba convencido. "Decidí proponerle a un paciente con párkinson que ya había visto antes si quería operarse de nuevo, pero con esta técnica. Le advertí de que podía no funcionar. Pero aceptó. Aceptó y funcionó".

Han pasado casi 30 años de esas primeras pruebas y este método, conocido ahora como Estimulación Cerebral Profunda (DBS, en sus siglas en inglés), se ha convertido en el estándar a nivel mundial para tratar casos avanzados de párkinson. Más de 150.000 pacientes en todo el mundo se han beneficiado del descubrimiento de Benabid, que ha recibido este jueves en Lisboa el premio a Inventor Europeo del año en la categoría de Investigación. Al subir al escenario a recoger el galardón, otorgado por la Oficina Europea de Patentes, Benabid inició un discurso breve, humilde, seguro: "Solo puedo decir que ha sido un privilegio poder investigar, un privilegio ser útil a la sociedad, un privilegio estar nominado a estos premios y que, haber sido elegido ganador entre los increíbles compañeros que también se disputaban el premio, es eso, otro privilegio".

Benabid ha completado casi medio siglo de carrera médica, como profesor y como neurocirujano. "Y mi gran éxito ha sido que hemos conseguido que el tratamiento para el párkinson deje de ser irreversible y destructivo", sostiene, también con la mirada. El sistema de Benabid tiene una colocación similar a la de un marcapasos: el estímulo es administrado por medio de una sonda eléctrica que permanece implantada de forma permanente dentro del cerebro. De manera, que con una pequeña lesión se implanta y con otra se puede quitar. "Es reversible, si no funciona se puede parar, quitar, disminuir la intensidad de la onda o cambiar la frecuencia. Esto lo hace mucho más seguro que los tratamientos anteriores". En 1940, se practicaban cirugías extremas para intentar parar el temblor del párkinson, en las que se quitaban segmentos enteros del cerebro.

El descubrimiento de este neurocirujano ha permitido seguir avanzando en la investigación del párkinson, pero también de otras muchas enfermedades como la distonía, los trastornos alimentarios como la anorexia o la obesidad y los trastornos psicológicos como la depresión, el mal de Tourette o el trastorno obsesivo compulsivo (TOC). Todo a través de esta estimulación cerebral con frecuencias.  "Honestamente, no me imaginaba la repercusión que ha tenido. Lo único que me guiaba es que sabía que las cosas se podían hacer mejor de cómo las estábamos haciendo"

EL PAIS - 10.06.2016

domingo, 5 de junio de 2016

La mala salud de Muhammad Ali enfermo de Párkinson.

Odié cada minuto de los entrenamientos pero me decía a mi mismo: "no lo dejes, sufre y vive el resto de tu vida como un campeón”. La tenacidad y la voluntad implícitas en estas palabras realmente convirtieron a Muhammad Ali en uno de los boxeadores más grandes de la historia. Pero tres décadas después de su última retirada su vida de campeón se ve empequeñecida por las disputas familiares que le rodean.

Afectado de párkinson desde la década de los ochenta y con 71 años recién cumplidos, el retrato del exboxeador que su único hermano, Rahman Ali, presentó ante el mundo el pasado domingo dista mucho del de una celebridad que envejece plácidamente arropada por el cariño de los suyos y envuelta en la comodidad de sus millones. Según una entrevista publicada por el tabloide británico The Sun, Muhammad Ali está con un pie en la tumba y apenas tiene contacto con el resto de su familia porque su cuarta esposa, Yolanda Williams, no se lo permite. “Lo peor no es su enfermedad. Lo peor es su mujer, que le ha separado del resto de la familia. Si se pudiera dar cuenta de lo que ocurre se enfadaría muchísimo”, afirmaba entre lágrimas su hermano. “Ahora no puede ni hablar. No me reconoce. Está muy enfermo. Podría ser cuestión de meses o cuestión de días. No sé si llegará al verano. Está en manos de Dios. Espero que muera con tranquilidad”, añadía.

El tres veces campeón mundial de los pesos pesados tiene una extensa familia que incluye tres ex mujeres y nueve hijos. Rahman, que no tuvo tanta suerte con los guantes como su hermano y vive del apoyo económico que le da la seguridad social estadounidense por ser discapacitado físico, aunque hace unos años Muhammad le dijo que había creado un fondo fiduciario para mantenerle después de su muerte. “Pero ella lo ha parado. Si él supiera cómo estoy viviendo se enfadaría mucho, se divorciaría. Si tuviera todas sus facultades mentales en su sitio me cuidaría, estaría viviendo en una mansión”.

La fortuna de quien antes de su conversión al islam y su cambio de nombre fuera Cassius Marcellus Clay está valorada en unos 50 millones, cantidad más que suficiente para que su numerosa familia se pelee, como suele ocurrir desde el principio de los tiempos tanto entre familias con famoso rico como entre familias de ricos anónimos.

Tras la publicación de la entrevista la hija mayor del boxeador, Maryum Ali, se apresuró a desmentirlo todo en declaraciones a Associated Press. “He hablado con mi padre por teléfono y sonaba bien. Estos rumores aparecen de vez en cuando pero no hay nada cierto en ellos”. Maryum, también conocida como May May, afirmó que su padre estaba viendo la Superbowl. Horas más tarde en Twitter y Facebook, donde desde hacía horas los fans del boxeador ya lloraban la pérdida inminente de su ídolo, comenzaba a correr una fotografía facilitada por la familia donde se ve a Muhammad Ali vestido con una camiseta de los Baltimore Ravens.

 Barbara Celis
EL PAIS  
4.06.2016 Barbara Celis EL PAIS 4.06.2016


Ali: el rey del mundo

El boxeador era una especie de magia, una esquizofrenia consciente, una energía tan ambigua como potente y arolladoramente seductora

 El boxeo no me interesó antes de Muhammad Ali ni me interesó después pero fue —es— el ídolo de mi vida. Recuerdo la primera vez que me enteré de su existencia como si fuera ayer. Fue en 1964, cuando yo tenía siete años, al leer un artículo de un diario argentino, el Buenos Aires Herald, publicado a dos columnas al lado derecho de la última página. Lo veo ahora. Veo la foto, con él mirando a la cámara, sudoroso y extasiado; veo el titular, anunciando que era el nuevo campeón mundial de los pesos pesados tras derrotar al aparentemente invencible Sonny Liston; y veo el texto, citando sus primeras palabras en el ring después de que Liston se negase a salir a pelear al comienzo del séptimo round tras la paliza que le había dado Ali en el sexto. “I shook up the world!”. Sacudí al mundo. “I am the prettiest!”. Soy el más guapo. “I am the greatest!”. Soy el más grande.

Se lo creí entonces y lo sigo creyendo hoy.



 
Derechazo de Ali a Foreman en su combate de 1974. AP

Desde aquel día vi todas sus peleas, deseando que ganase como jamás he deseado que nadie nunca ganara nada, pero no fue hasta que cumplí 13 años cuando descifré lo que me había pasado con este hombre de un país que no era el mío, de una raza con la que no había tenido ningún contacto personal. Mi padre había intentado convencerme que la gente más admirable era la más inteligente y erudita. Él era muy fan de Harold Wilson, el entonces primer ministro británico y gran cerebro que había sacado brillantes notas en la Universidad de Oxford.




Tuve mi momento de revelación y de rebeldía a aquellos 13 años cuando vi una larga entrevista con Ali en la BBC y entendí que Wilson era un enano junto a él. Era de noche y me quedé hipnotizado de principio a fin. Tenía un tremendo sentido del humor y tanto yo como el público que juntó la BBC para presenciar la entrevista en directo nos partíamos de la risa. Rápido e ingenioso en sus respuestas, de repente soltaba un poema que él había compuesto proclamando su propia gloria. Pero con sus ojos, con su sonrisa, con sus muecas nos hacía cómplices de su fanfarronería. Como que nos estaba diciendo: no me tomen en serio, pero tómenme en serio. Estoy interpretando el papel de Muhammad Ali, pero este es el auténtico Muhammad Ali. Me río de mí mismo pero cuando digo que soy “the greatest” también me lo creo, y más vale que os lo creáis vosotros. Era una especie de magia, una esquizofrenia consciente, una energía tan ambigua como potente, y arolladoramente seductora.
Ali era la definición del carisma; era el carisma hecho carne —equiparable a una figura de leyenda como el Aquiles de Homero, o histórica como Napoleón, o Bolívar, o Garibaldi—. Su único rival contemporáneo, para mí, ha sido Nelson Mandela, pero lo conocí cuando yo era ya adulto y mi visión de él pasó por un filtro cerebral. Ali me llegó a las vísceras, directo como un golpe al estómago.
¿Qué es el carisma? El carisma es una luz que se transmite a partir de una colosal confianza en uno mismo, de saber, sin la más remota duda y mucho, mucho más allá de mezquindades como la altanería o su hermana gemela, la inseguridad, que uno es grande y especial. Ali creó un grandioso personaje y, con enorme generosidad, se lo regaló al mundo.

Soy un fanático del deporte y he presenciado grandísimos partidos y extraordinarias hazañas pero nada, nada que compare con la pelea entre Ali y George Foreman el 30 de octubre de 1974 en Kinshasa, Zaire. Yo tenía 18 años. En Londres, donde vivía, solo se podia ver la pelea en vivo yendo a las dos de la mañana a un cine en Brixton, un barrio que en aquel entonces era una especie de gueto poblado mayoritariemente por negros y que, quizá injustamente, tenía fama de ser peligroso. La entrada me costó todo el dinero que tenía ahorrado tras trabajar durante las vacaciones de verano en una fábrica. Nunca hice una mejor inversión.

Foreman, un monstruo, entró al ring primero. Daba miedo verle. Había aniquilado en un round a rivales que Ali había sufrido en 15 para derrotar. Sus bíceps eran más anchos que los muslos de Ali. Empezó la pelea y durante los cuatro primeros rounds Ali se atrincheró contra las cuerdas, cubriéndose la cabeza con los guantes, recibiendo un golpe brutal tras otro en el abdomen sin devolver ninguno. Todos en el cine, parecía que todos negros menos yo, estabamos desolados. Esto era una masacre. El quinto round empezó igual pero de repente, cuando todo parecía perdido, emergió el fénix de las cenizas. Ali empezó a boxear como solo él sabía, bailando. Flotando como una mariposa, picando como una abeja. Un golpe con la izquierda le retorció la cabeza a Foreman y una gota gruesa de sudor saltó de su rostro, salpicando el suelo. En el cine nos pusimos todos de pie. Cuando cayó Foreman a la lona en el octavo y el árbitro contó a diez, con Foreman incapaz de levantarse, el rugido en Brixton se habría oído en el Congo. No conocía a nadie a mi alrededor pero nos abrazamos todos como hermanos.

He visto jugar a Pelé y a Maradona, a Tiger Woods, a Federer y a Nadal, a Cristiano Ronaldo y a Leo Messi. Ellos pertenecen al deporte. Ali pertenece a todos. “¡Soy el rey del mundo!”, clamaba, y era verdad. No solo nadie redefinió el deporte como Ali sino que nadie lo trascendio como él. Fue un gigante, una fuerza elemental de la naturaleza, un huracán humano. Falleció tras batallar en la penumbra durante tres décadas contra su enemigo más implacable, la enfermedad de Parkinson. Pero para mí, y para muchísimos más de todas las razas y todas las creencias en todos los rincones de la tierra que tuvimos la fortuna de vivir en sus años de gloria, es inmortal.

 El PAIS